lunes, 19 de diciembre de 2016

La geografía del odio en Estados Unidos


Los estados con mayor cantidad proporcional de este tipo de organizaciones se ubican en el sur y en las llanuras del norte del país.

Ha transcurrido poco más de un mes desde la elección de Donald Trump, y los reportes de crímenes de odio siguen apareciendo en medios. En todo el país, más de 900 incidentes relacionados con este sentimiento, o acosos de algún tipo, fueron reportados en los primeros diez días que siguieron a las elecciones, según la organización no gubernamental Southern Poverty Law Center (SPLC).

Pero, ¿en qué grado la existencia de estos grupos se relaciona, de hecho, con el apoyo a Trump? ¿Y qué otros factores podrían estar actuando en los lugares específicos en que semejantes pandillas operan en Estados Unidos?

Para responder estas interrogantes, analizamos la actual geografía del odio, empleando la detallada base de datos del SPLC. Para empezar, esta organización define los grupos de odio como organizaciones y asociaciones que “comparten creencias y prácticas agresivas o que difaman clases enteras de personas, usualmente por sus atributos inmutables” y que participan en “actos criminales, desfiles, manifestaciones, discursos, reuniones, repartición de volantes y panfletos”. Dicha base de datos, la cual seleccionó información de sitios web y publicaciones, trabajó con informes de personas, cuerpos policiales, periódicos y fuentes de campo, identifica 892 grupos de odio activos en los 50 estados del país.

El mapa que sigue, elaborado por Taylor Blake del Martin Prosperity Institute, ilustra la estructura geográfica de estos grupos, basándose en el número de ellos por millón de habitantes a lo largo de los 48 estados continentales. Se excluye a Washington, DC, con un extenso número de sedes nacionales de estos grupos de odio, en lugar de defender su verdadero origen geográfico.


Cantidad de grupos de odio por estado. La ‘altura’ en 3D entrega la cantidad de agrupaciones por un millón de personas (Taylor Blake).

El mapa anterior revela la geografía elemental de estos grupos en Estados Unidos. Nótese que están mayormente concentrados en el Sur y en los estados Llanos del norte (los estados más ‘altos’ sobre el mapa). Arkansas (7.4 agrupaciones por millón de habitantes), Mississippi (6.4) y Tennessee (6.2) tienen las principales concentraciones de grupos de odio, seguidos por Dakota del Sur (5.8), Montana (5.8) y Delaware(5.3).

Estos grupos son menos comunes en el Noreste, los Grandes Lagos, y la Costa Oeste. Connecticut, de hecho, tiene la menor cantidad de ellos (0.6 agrupaciones por millón de habitantes), secundado por Utah (1.0), Minnesota (1.1), Washington (1.1), Nevada (1.4), Nuevo Mexico (1.4), Massachusetts (1.5), Maine (1.5), Wisconsin (1.6), Iowa (1.6), Kansas (1.7), California (1.7), Illinois (1.8) y Michigan (1.9).

Pero, más allá de su ubicación, ¿qué otros factores se asocian con estas organizaciones racistas?

Para identificarlos, mi colega Charlotta Mellander desarrolló un análisis correlacional básico entre los grupos de odio y los factores económicos, políticos y sociales ligados a la división geográfica de Estados Unidos, incluyendo los votos por Trump versus los votos por Clinton, la clase socioeconómica y la religión. Como de costumbre, quiero dejar claro que correlación no significa relación causal, sino una simple relación entre variables. No obstante, los patrones que percibimos fueron lo bastante sólidos y distintivos para justificar los reportes.

Primero que todo, la geografía del odio refleja la geografía de los votos en 2016 y la profunda división entre estados rojos y azules (republicanos y demócratas). Estos grupos estuvieron positivamente vinculados con el apoyo dado a Trump (la correlación fue de 0.48), una de las más altas de nuestro análisis (en esta escala,la mayor relación es de 1, 0 quiere decir que no existe relación y -1 es la mayor relación inversa entre dos factores). En los siguientes gráficos es importante notar la línea de tendencia: si esta asciende a hacia la derecha, existe una relación entre los dos factores. Si desciende, existe una relación inversa.




Contrariamente, los grupos de odio estuvieron negativamente relacionados con el apoyo a Clinton (-0.42).



Estos grupos están más concentrados en los estados con mayor clase trabajadora, con una significativa correlación respecto de los trabajadores ocupados en empleos obreros (0.42).




Es preciso acotar que la geografía del odio complementa una más amplia geografía de la pobreza, estando positivamente asociada con la cantidad de personas en condiciones de pobreza (0.43), y negativamente con el nivel de ingreso (-0.53). Los grupos de odio están, a su vez, positivamente asociados con los estados donde los afroamericanos constituyen una buena parte de la población (0.36).


La presencia de estos grupos se relaciona además con factores como la orientación religiosa. De tal forma que, mientras mayores son las concentraciones de aquellos, mayor es, a su vez, el número de personas que reportan que la religión juega un papel decisivo en su diario vivir (una correlación del 0.43).

Asimismo, el odio está vinculado a las armas y la cárcel, y su geografía está positivamente relacionada con los índices de muertos por armas de fuego (0.40) y de encarcelamiento (0.35).



¿Qué, entonces, puede mitigar el odio?

Por el otro lado de la moneda, mayores niveles de educación parecen actuar como antídoto contra el odio. Estos grupos están negativamente ligados al porcentaje de adultos con nivel universitario (-0.34).

Los grupos de odio son, por tanto, menos propensos a operar en lugares donde abundan las economías basadas en el conocimiento, dándose una correlación negativa con la fuerza de trabajo en puestos creativos, profesionales e intelectuales (-0.33), y con el nivel general del sector de la ciencia y la tecnología (-0.42).

La diversidad, por su parte, pudiera también mitigar el odio. Guarda con este, de hecho, una relación negativa: el porcentaje de residentes estatales de origen asiático (-0.45), hispano-latino (-0.34), inmigrantes (-0.47), y gays y lesbianas (-0.29).


La urbanización, al parecer, ayuda a combatir el odio. Estos grupos malsanos tienen una correlación negativa con la cantidad de personas que residen en áreas urbanas (-0.49) y esta es una de las más fuertes correlaciones de nuestro análisis.

En última instancia, la geografía del odio en Estados Unidos es una consecuencia de la división de clases y de la subyacente balcanización nacional por ideologías que emana, a su vez, de misma esa división.

Vale la pena acotar, como lo hice en 2011, que la presencia de grupos de odio no conduce necesariamente a los crímenes. Un estudio de 2010 no halló asociación estadística alguna entre los dos: incluso si los grupos de odio aumentaron entre 2002 y 2020, el número de crímenes de esta naturaleza cayó ligeramente.

Sus conclusiones también ayudan a entender la conexión entre el odio y el auge del trumpismo, encontrando que aquel tiende a crecer de la mano de las dificultades económicas. “Cuando la gente sufre penurias económicas se frustra”, sostienen los autores del estudio. “Ellos exteriorizan su frustración sobre los grupos sociales vulnerables, tales como las minorías étnicas, sexuales y religiosas”. Trump y el trumpismo, aparentemente, han jugado un papel clave al dar voz a este tipo de represalia y desencanto.

Aunque los grupos de odio no están directamente ligados a los crímenes de esta índole, ellos sí resultan de los mismos factores de fondo que dividen Estados Unidos por clase, ideología y política. La geografía del odio, entonces, refleja y refuerza la cada vez más profunda geografía de clase.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

Fuente: CityLab.com / Univision